EL CULTOS Y CREENCIAS
Existen en Entom multitud de dioses con tantas
caras y nombres que sería imposible describirlos a todos o mentarlos siquiera.
Los hay gentiles y benevolentes pero también iracundos y terribles. Sin
embargo, entre este marasmo de deidades tres cultos destacan por encima de los
demás: El Mito de Inti, el Culto de los Espíritus y la Promesa. Pero como no
podía ser de otra manera en un mundo tan dispar incluso estas tres familias
abarcan interpretaciones dispares y en ocasiones enfrentadas.
Sea cuales sean los dioses venerados en la
mayoría de los casos su s lazos con el poder y la jerarquía social son siempre
relevantes. La religión es en muchos casos considerada garante de la
estabilidad, origen del orden y la sociedad.
EL
MITO DE INTI
Al principio no
había nada y en esa nada Wiraqocha creó Entom que era hermoso y bello. Las
estrellas curiosas se arremolinaron alrededor de la creación para admirarla y
de entre estas Inti fue la que la más amó.
Tan fuerte fue su
sentimiento que descendió del cielo y piso la tierra, se bañó en los mares y
dejó que el viento le acariciara. Pero, sintiéndose solo, solicitó a Wiraqocha que
creará para él esposas que le dieran una familia con la que poblar los valles y
praderas, las montañas y desiertos, los bosques y las selvas de Entom.
Inti construyó una
gran ciudad dorada, el Gran Paitití, en la que sus hijos podían cobijarse y les
enseñó a estos como cultivar la tierra, como trabajar la madera y tejer la
lana, como dar forma al cobre y al bronce y a la plata y al oro.
Cuando su familia
fue tan grande que el Gran Paitití resultó demasiado pequeño para todos ellos
construyó grandes puentes sobre el mar para que sus hijos poblaran cada rincón
de Entom y estos así lo hicieron.
Pero las otras
estrellas observaban desde el cielo y tuvieron envidia de la felicidad en la
que Inti vivía. Algunas tentaron a sus esposas e hijos y no pocos de estos se
dejaron engañar por ellas. La traición de su prole enfureció a Inti que no dudó
en expulsarlos a todos del Gran Paitití, destruyendo los puentes que había
creado y regresando al cielo para siempre jamás.
Inti todavía ama a
sus hijos y por ese motivo les ofrece calor durante la mitad del día pero a su
vez se siente herido y por eso les da la espalda durante la otra mitad.
El
Mito de Inti es la base de la mayoría de los credos de Karuchaqana y también de
los de la mayor parte de Entom. No existe un registro escrito del mismo y la
tradición oral lo ha alterado en una infinidad de versiones e interpretaciones
que han dado lugar a un número igual de cultos y religiones. La mayoría de
estos sin embargo tienen una estructura similar y coinciden en muchos aspectos.
Para aquellos que creen en el Mito de Inti el mundo es como es porque los dioses lo han decidido, y todo aquello
de lo que los pueblos disfrutan se lo deben a su suprema voluntad. Pero no por
bondad, ya que no todas las divinidades sienten aprecio por sus fieles, sino
por propio interés, ya que es la manera en la que desean organizar sus
dominios.
Aunque un individuo sea seguidor de un dios en
particular jamás llegará a pensar que su patrón es la única divinidad que
existe.
Por tanto, aunque existan diferencias teológicas
y éstas originen discusiones entre eruditos o altos sacerdotes, ningún fiel
negará al dios de otro. Es más, en caso de oír hablar de uno que no conoce
probablemente lo incorpore a su panteón.
Como consecuencia, la tarea de un fiel no pasa
por demostrar a su dios que lo prefiere por encima del resto de deidades, sino
asegurarse de cumplir con sus preceptos para así ser recompensado o, al menos,
no castigado. Los dioses son venerados por la protección que ofrecen, o por
miedo a su ira; un creyente puede en el mismo día hacer una ofrenda a Inti para
poder obtener una bendición que le proteja de todo mal, realizar una libación
en honor a Illapa para que haga buen tiempo, y orar a Khilla suplicando que sus
hermanos enfermos se repongan.
En cada una de las ciudades y aldeas en los que
el Mito
de Inti es la base de la religión hay multitud de
templos dedicados a diferentes dioses, y es raro el asentamiento en el que sólo
se venera a uno.
Sin embargo, muchas urbes o comunidades tienen
un dios patrón, alrededor de cuyo culto se organiza el templo. La mayoría de
sus habitantes son devotos de dicho patrón, y los días festivos son programados
en torno a eventos importantes para el culto de esa divinidad en particular.
Hay tantos cultos como dioses, o incluso más, dado
que algunas deidades son veneradas en diversas formas y los fieles atribuyen
diferentes nombres a lo que en ocasiones no se trata sino del mismo ser. Lo que
sí tienen en común es que todos organizan su fe alrededor de una versión u otra
del mito y todos comparten el amor a Inti como padre de la vida y divinidad
suprema.
Los sacerdotes en los cultos basados en el Mito
de Inti, entendido este en un sentido muy amplio, cumplen la misión de
propagar, mantener y oficiar el culto a una determinada deidad. Además, en la
misma categoría se incluyen una serie de sujetos y funciones de muy diversa
índole, que habrán de atender a una visión de la religión más popular y menos
oficial.
El sacerdocio oficial tiene una clara misión político-religiosa. Más allá del
simple mantenimiento de los templos y lugares de devoción, el sacerdocio de Inti
y el resto de deidades del panteón celestial sirve de base sobre la que se
sustenta toda la ideología del poder. El culto, regulado desde las más altas
instancias, se propaga por entre los resquicios de la sociedad, desde los
niveles más básicos, hasta el Estado, representado por las reinas o señores.
Aunque cargos políticos, estos individuos
tienen además una función religiosa, por cuanto presiden generalmente los
cultos, a pesar de no ser los oficiantes.
La pertenencia a la clase sacerdotal es
motivo de prestigio y orgullo. El sacerdote, como sustentador de la doctrina,
recibe una educación superior exclusiva de la clase dirigente, impartida en el Yayayhuasi,
o casa del saber. Allí adquirirá todos los conocimientos necesarios para
desempeñar cualquier cargo de la burocracia oficial, puesto que son
funcionarios del Estado ya sea este una ciudadela de la ciudad sagrada, un
señorío de la costa o un imperio de los Anti. Sus educadores eran los sabios
amautas, guardianes de las tradiciones y cultivadores de la ciencia.
No se accede al sacerdocio de forma
voluntaria pues la única vía de ingreso es la selección por parte de otros
sacerdotes. La mayoría de los templos de las comunidades desarrolladas disponen
de sistemas para elegir a los individuos más duchos de la comunidad en sus
primeros años de vida de forma que sus capacidades puedan ponerse al servicio
de la deidad pertinente lo cual refuerza el sentimiento de predestinación y
pertenencia a una casta superior.
Son especialmente deseados los jóvenes
poseedores de poderes especiales o de dotes de adivinación, futuros umuqkuna o
munanapsuwa de la comunidad, y aquellos en los que confluyen en elementos considerados
sobrenaturales, como haber nacido durante una tempestad, o bajo una señal
divina inequívoca como un eclipse.
Los sacerdotes distan mucho de ser un grupo homogéneo, estando divididos
jerárquica y funcionalmente en virtud de la labor que desempeñan y del grado
del desarrollo de la comunidad a la que pertenecen. Hay sacerdotes de por vida
y a tiempo parcial; algunos son educados en escuelas mientras que otros
alcanzan el sacerdocio por mor de alguna señal sobrenatural; los cultos
locales, los de los pueblos menos capaces o más alejados de la civilización,
son oficiados por los ancianos y se subdividen por especialidades, según sean
adivinadores, curanderos, hechiceros, sacrificadores de animales, etc.
El número y nombres por los que se conocen
son incontables; el calparicuqui, encargado de sacrificar animales y adivinar
soplando en sus entrañas, los camascas, que curan con hierbas y también
adivinan, o los achicoc, que echan suerte con granos de maíz y estiércol de
carnero. El punchaupuilla, es capaz de adivinar hablando con el Sol, el mosoc, que
adivina mediante los sueños, o el ichuris, realizador de confesiones.
Aparte de estos representantes del culto popular, los sacerdotes oficiales están
también estructurados según su rango y función. El principal es el Willaq uma, o sumo sacerdote del Hatun Qhapana, el gran templo de
Inti en Chakapuma. Sólo
puede alimentarse de hierbas y raíces y beber agua, debiendo guardar largos
ayunos de ocho días. Como gran jefe religioso, media en todas las cuestiones
teológicas entre confesiones y puede nombrar a todos los miembros del alto
clero.
Por debajo se sitúan diversos estratos con funciones diversas, como los nueve o
diez Hatum willaq, consejeros de alto rango, que cuentan con el privilegio de
estar exentos del pago de tributo y prestación militar o trabajo público, así
como el derecho a nombrar poetas que les compongan canciones de alabanza. Están
también los Humu o Nacac, que las crónicas wayrurongo describen como
hechiceros, carniceros o desolladores de animales para el sacrificio como los
anteriores exentos de tributo.
Los servidores de la clase sacerdotal, los yana,
son el estrato inferior, encargado de labrar las tierras para el mantenimiento
de los sacerdotes y de gestionar los recursos del templo.
Los lugares de culto pueden ser tanto huacas, lugares naturales
de especial significación religiosa, como ríos, montañas, valles, quebradas o
fuentes, o bien templos erigidos especialmente como espacio de devoción, como
el Hatun Qhapana, la casa del Sol en Chakapuma,
el lugar central de todos los cultos basados en el Mito de Inti.
Los rituales observaban diferentes
modalidades, como ritos de defensa y eliminación, mágicos, propiciatorios,
ritos de tránsito, purificatorios, sacrificiales, etc.
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